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A la altura |
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Editorial publicado en la Revista Telemundo el 01 de julio 2020 |
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Uno de los documentales más utilizados por maestros de psicología, es el que cuenta cómo un alpinista logra llegar a la cumbre, la producción se llama Solo. Es un documental de gran fama, se ha proyectado cualquier cantidad de veces en salones de clase de todo el mundo.
El protagonista no dice una sola palabra. El espectador solo sabe que el alpinista lo que intenta es subir y subir, hasta llegar a la cumbre. Para conseguir su objetivo, el alpinista debe vencer todas las adversidades, que no son pocas. Se le presentan una detrás de la otra. El espectador puede escuchar la respiración del alpinista y las ráfagas de viento helado que golpean su rostro y manos. La narración da cuenta de cómo se le va deteriorando la piel de cachetes y puños, se le reseca hasta sangrar.
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Al ver el documental Solo, mi imaginación creó una segunda historia que quiero aquí contar, la hazaña del alpinista me emociona:
Mirar la cima es el aliciente mayor para el alpinista, no la puede ver del todo, pero la imagina, sabe que está detrás de esa inmensa pared de roca que debe escalar. La fuerza del alpinista es descomunal, aún así parece que va a desfallecer. Pero sabe que en esos momentos del partido lo que le corresponde es comportarse a la altura de las circunstancias, para eso se preparó por meses y años. Su estado de ánimo es posible que quiera flaquear, lo salva una ventaja: trae otros estados de ánimos guardados en las bolsas de su chamarra y del pantalón, en su mochila. Algunos estados de ánimo los encontró en el camino y los guardó para lo que se pudiera ofrecer. Cada alcayata es un estado de ánimo, cada rayo de sol también. Cada sorbo a la cantimplora, cada vez que logra escalar una enorme pared de la montaña, al parecer infranqueable, otro nuevo estado de ánimo aparece frente a sus ojos. Cada copo de nieve que deja atrás y cada sensación de avance, traen chispeantes estados de ánimo que por supuesto guarda cuidadosamente en su mochila.
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Arriba, bien arriba de la montaña, cuando se puede observar el gran paisaje desde las alturas, al alpinista le pareció ver un gran letrero espectacular que decía: "no olvides que siempre, aquí arriba y allá abajo, debes comportarte a la altura de las circunstancias". El letrero tenía luces, estuvo frente a sus ojos durante un largo rato y de pronto desapareció de un plumazo.
El alpinista sabe que ese letrero no fue una alucinación, lo que vio fue un recordatorio. Le recordó una anécdota que alguna vez le contó un buen amigo: le platicó que una tarde, cuando se estaba lavando las manos en el baño de un restaurante, una persona que nunca había visto antes, que también se lavaba las manos en ese mismo momento junto a él, le advirtió: "tenga cuidado, mucho cuidado". El amigo del alpinista se molestó con el extraño, reaccionó enojado: "¿y usted por qué me dice eso, ni me conoce?" El extraño le respondió así: "se lo digo por la forma en la que se mira en el espejo, ¿usted quién se cree?"
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Cuando el alpinista estaba cerca de la cumbre, luego de recordar la advertencia que el extraño le había hecho a su amigo, pensó en ese letrero luminoso gigante que pudo ver a lo lejos: "hay que saber comportarse a la altura de las circunstancias, cuando estás arriba y cuando estás abajo".
El alpinista llegó a la cumbre, escribió ahí una nota que dejó ahí mismo dentro de una botella. La amarró a la tradicional banderola que señala el lugar exacto de la cima. Cuando otros alpinistas alcanzaron el pico de la montaña, encontraron la nota dentro de la botella. Luego de leerla, miraron a lo lejos y vieron el anuncio luminoso. Esbozaron apenas una sonrisa y dieron gracias, cada quien a su manera (JAF)
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