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Estadio Azteca
Editorial publicado en la Revista Telemundo el 19 de noviembre 2019
  Cuando se construyó, el Estadio Azteca fue símbolo de un sueño gigante, también de una ilusión compartida y de querer hacer un proyecto enorme de impacto mundial. El empresario Emilio Azcárraga Milmo estaba lleno de energía, quería convencerse a sí mismo, convencer a su padre y convencer a todo un país de que tenía la casta para ser un líder de alcance internacional. No estaba equivocado.

  El Estadio Azteca fue en su momento y es hasta la fecha un símbolo de grandeza para México. Audacia, sensibilidad e inteligencia lograron vencer todos los obstáculos par construirlo. En ese enorme estadio conviven en cada partido mexicanos de prácticamente todos los niveles socioeconómicos y de todas las tendencias ideológicas. Igual echan porras empresarios que artistas, boleros que carpinteros, policías que agentes secretos, hombres y mujeres de la cultura que vendedores de flores de Xochimilco, comerciantes, colaboradores de bancos, de grandes corporativos globales de tecnología, de tiendas de todo tamaño, de empresas micro, medianas y grandes. Ahí se dan cita profesionales de la medicina, del derecho, de la arquitectura y la ingeniería, de los medios de comunicación, choferes, asistentes, escritores, periodistas, artistas, diseñadores, editores, cinefotógrafos, directores y productores de cine, video y televisión, gaffers...

  Los mexicanos no hemos aquilatado bien a bien al Estadio Azteca, no hemos valorado aún lo que representa: una luz brillante en el camino, es como una estrella que tiene un poder extraordinario para colmar de energía a deportistas, cantantes y gente de todo México y fuera del país. A los futbolistas extranjeros les llega a intimidar, se sienten más que nerviosos cuando el Estadio Azteca se convierte en una sola voz.

  Sin temor a la equivocación, el Estadio Azteca no resiste una opinión rentista de los financieros exigentes del mundo moderno, seguramente ya tendrían que haberlo vendido para construir ahí un centro comercial con miles de departamentos.
  Por fortuna, el Azteca sigue de pie, tal cual. Demuestra que su espíritu es más poderoso que las decisiones financieras, tiene esa magia que levanta cejas, crea sonrisas y atrae multitudes.
  La idea de construir el Estadio Azteca se gestó cuando en México existía una gran ola de entusiasmo que trajo al país la organización de las Olimpiadas y del Mundial de Futbol. Eran tiempos en los que la frase Como México no hay dos se convirtió en un nuevo himno nacional, tenía un potencia grandiosa, los mexicanos sabían que su eco era escuchado en todos los confines del planeta tierra.
  Esos tiempos en los que todo estaba por hacer en México, en los años cincuenta cruzando los sesenta, en los que se sabía que existían cualquier cantidad de injusticias y dificultades, se dio ese ambiente mágico que hoy quiero invocar. Fue un sentimiento colectivo para ir hacia adelante con pasión, se trataba de hacer más de lo que se creía poder. Hoy son tiempos de que ese ánimo colectivo del Como México no hay dos, nos vuelva a contagiar con su mejor vibra (J.A.F.)


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