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Ánimo |
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Editorial publicado en la Revista Telemundo el 16 de abril 2019 |
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Por José Antonio Fernández Fernández
La Cena de Navidad estaba lista: la mesa, los regalos, la familia, la bebida, la comida especial y el buen ánimo. En minutos también haría su aparición la música de suspenso de la película Tiburón. Esa que se puede tararear, como: tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun.
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Quienes se citaron a la Cena de Navidad, sabían que inevitablemente entraría a escena ese tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun de la película Tiburón, y entonces la cena de inmediato se volvería densa, tanto que hasta podría terminar antes de lo planeado. El acto del tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun de la Cena de Navidad se repetía año con año, sin excepción.
Fue hasta después de un lustro, de al menos cinco años de vivir la experiencia repetida de forma idéntica, que prácticamente todos los invitados entendieron cómo reaccionar cuando aparecía ese tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun que amenazaba con echar a perder la Cena de Navidad, el gran festejo para casi todos.
El tun-tun-tun-tun-tun-tun de la Cena de Navidad era escuchado justo cuando el bacalao se dirigía a la mesa y el vino blanco se descorchaba. Luego de servir bacalao y vino, con el tun-tun-tun-tun-tun al máximo de volumen, el invitado conocido decía su comentario de siempre: el bacalao está salado y el vino se pasó. Justo después de su comentario, en ese preciso momento, la cena quedaba en pasmo, se hacía un silencio total. Quien había preparado el bacalao tenía tristeza en el corazón, sentía pena. Y quien llevó el vino se mostraba atónito, sin aliento, su alma en el piso no lograba levantarse, una tristeza profunda le invadía de pies a cabeza. Ese tun-tun-tun-tun-tun-tun-tun era el aviso de que llegaría el regaderazo de agua fría, una fuerza súper poderosa invencible que no destruía el bacalao ni rompía la botella de vino, pero sí lograba hacer pedazos la buena vibra de la atmósfera. Una frase todo lo cambiaba para mal.
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Uno de los familiares invitados a esa Cena de Navidad, encontró cómo combatir el mal. Una noche supo la respuesta cuando conversaba con un desconocido en una barra de cantina, quizá era el mismo Maquiavelo. Le contó la anécdota del tun-tun-tun-tun-tun-tun, el bacalao salado y el vino que se pasó. El desconocido río muchísimo, le hizo gracia eso del tun-tun-tun-tun-tun-tun.
También lloró desconsolado. Se identificó con la manera de describir lo que se siente cuando se sabe que llegará a la mesa la frase destructora, tan poderosa que puede hacer añicos hasta al espíritu más resistente.
El desconocido dio su explicación, con esa sabiduría propia que solo tienen los desconocidos cuando prestan atención: si el bacalao está salado y el vino sabe mal, hay que decirlo. Ese tipo de comentarios no deben censurarse. Yo no estoy a favor de callar, es un mal augurio. La protesta puede ser válida.
Lo que sí, continuó disertando el desconocido, es que el tun-tun-tun-tun es el aviso, y los avisos nunca deben ignorarse. Los avisos siempre dan ventaja y esa ventaja hay que aprovecharla. El tun-tun-tun-tun no debe dominar porque el miedo derrota antes de la batalla, paraliza. Pero, reflexiona un momento lo que revela tu historia: tu preocupación mayor no ha sido el bacalao, tampoco el vino, lo que te preocupa es que el ánimo caiga y ruede por el suelo. El ánimo es el que debes poner a salvo (JAF)
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