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Por José Antonio Fernández
Fernández
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en la Revista Telemundo, realizadas por José Antonio Fernández,
con:
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José
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Salinas
Julio Di-Bella.
Pregunté a Germán Dehesa: ¿consideras importante producir televisión en México? Me contestó con otra pregunta: ¿tú crees que es posible producir un noticiario para México desde Hong Kong?
Luego de unos segundos de silencio Dehesa mismo encontró la respuesta completa: creo que siempre es bueno asomarse al mundo, pero hay que tener un lugar para asomarse, y para tener un lugar es necesario estar emitiendo señales de identidad. México tiene que seguir produciendo a gente como Octavio Paz y Jaime Sabines, que no son accidentalmente mexicanos. Ellos tienen una difusión internacional porque se fueron hondo a sus raíces.
A la pregunta: si hoy, con el conocimiento que tienes, pensaras en entrar por primera vez a los medios, ¿qué puerta buscarías abrir? Germán Dehesa me responde: yo no doy recetas de vida, pero desde donde estoy iría abriendo las puertas que se fueran ofreciendo, pelearía con el que tuviera que pelear. A mí me ha gustado jugar así, el juego de las cercanías y las distancias.
Me dice: para tener el privilegio de regresar, tienes que irte.
José Antonio Fernández: Quisiera tener el testimonio de tu origen. Sé que fuiste maestro de literatura en el CUM, que trabajaste para la televisión como guionista y conductor (en Televisa, Pronarte e Imevisión... después en el 40), que montas obras de teatro políticas desde hace muchos años y que ahora escribes en el Reforma con gran éxito.
Germán Dehesa: Yo no me recuerdo ausente de palabras. Siempre he tenido un vínculo particular, íntimo, y muy útil para mí, con la palabra. Soy palabrero desde que recuerdo.
Sé que aprendí a hablar y a leer muy pronto. Me tocó una infancia poco apetecible y poco infantil. Estuve cargado de responsabilidades.
Desde muy pequeño, desde los cinco años, fui responsable de mi hermano mayor que tenía sólo dos años más que yo. Mi hermano tenía una complicada enfermedad y yo era el que lo atendía. Mis padres maniobraron con gran habilidad y yo quedé como responsable.
Mi madre se alejó del problema porque le afectaba demasiado y mi padre pasó a ausentarse. Ahora me doy cuenta que mi padre no huía de mi hermano, sino de mi mamá. El caso es que no estaban y alguien tenía que hacerse cargo de ese niño que empezaba a dar muestras de una terrible enfermedad que lo deterioraba día con día.
Mi hermano agonizó a lo largo de treinta y tantos años y yo estuve con él. A lo mejor todos agonizamos a lo largo de la vida, pero él se empezó a deteriorar a los 5 ó 6 años de edad. Los libros fueron mi gran defensa y mi refugio maravilloso. Yo nunca me propuse ser culto. Resulté culto porque era eso o no hubiera podido transitar por mi infancia, por mi adolescencia y por mi primera juventud. Desde entonces soy un lector muy caótico. Nunca he jerarquizado mis lecturas. Se me fue haciendo un gusto. Cada vez son más altos los niveles de exigencia. Mis lecturas estaban encaminadas al inicio hacia las aventuras, hacia los modos de la felicidad que la literatura puede proporcionar.
Pasado el tiempo, mi hermano empieza a perder el habla y lo confinan en un hospital. El único que lo iba a visitar era yo. Fui su único vínculo con el mundo. El que le llevó noticias del mundo y para ello sólo tuve la palabra. A él le aburría oír las cosas cotidianas y a mí se me empezó a desarrollar una capacidad de invención de situaciones y de formas de decírselas.
Como él ya no hablaba, me tomaba de la mano. Cuando lo que yo le contaba le aburría, me soltaba de la mano. Cuando le entusiasmaba, me la apretaba. Tenía yo ahí un público inmediato. Fue un aprendizaje muy doloroso. Me costó muchos años entender que así era. Cuando salía de esas visitas, que eran de 4 ó 5 horas, yo lloraba y lloraba durante mucho tiempo. Pero en la medida en que todo eso me destruyó también me dio una enorme fortaleza y me disparó la imaginación. Muy instintivamente adquirí una determinada capacidad histriónica y un determinado manejo de la voz, de los tonos, de las pausas, que luego supe que era trabajo actoral y literario. A la postre todo acabó conformándose como una vocación literaria. Mi adhesión a los libros fue inmediata, en una familia que no era particularmente lectora.
Cuando mi papá detectó mi gusto por la lectura, nunca me negó ningún libro (supongo que lo hizo a manera de compensación), siendo que no éramos una familia ni por mucho acomodada en el sentido económico.
Creo que lo que uno necesita es cierta distancia para mirar sus desgracias y darse cuenta que no fueron tan desgracias y que algún premio dejaron. Nosotros, por nuestra mala situación económica (mi papá siempre vivió en flotación), peregrinamos por toda la ciudad de México. Vivimos siempre con el problema de la renta. Lo curioso del caso es que hoy colaboro en el periódicoo Reforma en la sección Ciudad.
Si desde un punto de vista de clases sociales me preguntas de dónde provengo, te diría que de un poco de todo (hace pausa y recuerda). Eran de veras unos bandazos financieros los que se organizaban en mi casa... pero bueno, de eso qué puedo contar a otro mexicano. En tiempos en que había una situación más estable en el país, yo ya sabía lo que era vivir en crisis. Mi mamá vivía la permanente mala situación económica de mi papá como una desgracia, pero yo me divertía mucho.
Ahora es cuando me despierto sorprendido de vivir en la misma casa por más de tres meses.
J.A.F.: ¿Estudiaste literatura?
G.D.: Primero estudié Química para darle gusto a mi padre y demostrarle que no era un retrasado mental. Que sí podía. Llegué hasta el tercer año y entré a Letras, que era lo que yo quería estudiar. Al tiempo que estudiaba, trabajé de bell boy en el Hotel María Isabel (en el turno de la noche), cosa que me permitió leerme las obras completas de Balzac. Ahí adquirí una destreza enorme para la redacción.
La historia de mi paso por el Sheraton fue así: en mi primer día de trabajo les dije que entre mis habilidades estaba la de saber redactar, por lo que me hicieron el encargado de editar un periódico (que tiraba 25 ejemplares). Se trataba de publicar lo que pasaba a diario en el hotel. Con eso adquirí gran velocidad de redacción.
Luego trabajé en una compañía de ajustadores de seguros, que cubría cosas como la que ahora te comento: llegaba a Veracruz un barco cargado de latas de ostiones que venían en mal estado, entonces yo trabajaba en el laboratorio y ahí calculábamos si el problema había sido en aguas mexicanas, españolas o internacionales, y con base en esos profundos estudios pagaban los seguros mexicanos o los españoles.
Después trabajé en una fábrica de pinturas y de pigmentos. Creo que todo me ha ido sirviendo. He hecho tareas muy raras pero todas confluyen para nutrir lo que luego le he querido contar a la gente. Siempre tengo algo que contar.
J.A.F.: ¿Contar es lo que a tí te gusta?
De hecho escribes como diciendo las historias, como hablándolas. Eres un escritor barroco. Tus textos están llenos de subrayados, referencias, paréntesis, recuerdos, como si quisieras decirlo todo en un mismo momento y en un mismo espacio.
Podría aventurarme a decir que la gente te lee porque siente que le estás hablando al oído, que le estás hablando a ella.
G.D.: Yo pensé que simplemente con el hecho de escribir como hablaba me iba a llevar a hacer una literatura oral, pero lo que más trabajo me ha costado en todos estos años, y seguramente es lo que menos se nota, es lograr un tipo de estilo literario que tiene una serie de mecanismos para mimar la oralidad pero que no es oralidad. Esto yo lo aprendí de García Márquez y de Rulfo. Es el que leas un texto y digas: quien está hablando es un campesino mestizo probablemente jalisciense, pero si tú vas y grabas a ese campesino jalisciense seguramente no le vas a entender nada. Yo estoy en esa tarea.
Me reconozco parentescos literarios con los barrocos, como Sor Juana, Tirso y otros barrocos mexicanos que se han dado en diferentes épocas. Es muy del discurso mexicano los paréntesis, las acotaciones, el no tomarte en serio, el que en medio de la frase muy intelectual te gane la risa.
Yo me beneficio de mis maestros de la Facultad, pero también de ir al Blanquita e intentar un mestizaje de todas esas voces. Esta ciudad habla con muchos tonos. No creo que la gente llegue a estos niveles de análisis que estamos platicando, pero sí los siente cuando lo lee.
J.A.F.: ¿Cómo entras a la televisión?
G.D.: Luego de una infancia y una primera juventud difícil, como ya te comenté, yo tenía ganas de llegar. Y cuando entré a la facultad de Letras sentí que había llegado.
Di clases en el CUM (y donde se dejaban) durante siete años, luego me fui de bracero cultural a Texas. Cuando regresé me aceptaron en la Facultad primero como interino, luego como maestro de medio tiempo y después de tiempo completo (pasando por todas las infamias de la Universidad). Cuando me dieron materias de manera definitiva y vi que lo único a lo que podía aspirar era a la rectoría, entonces me aterré y sentí que la Universidad me ahogaba.
La facultad de Filosofía y Letras es como una cápsula que te protege pero que también te aísla. Mi vía de escape fue poner una librería. Mi lógica era: he leído muchos libros y los conozco, por lo tanto debo de ser buen vendedor de libros. Pero fui un fracaso absoluto. Quedé endeudado (y con mis amigos, que si lo estás con Banamex, algo haces, huyes a Canadá o algo así, pero con tus amigos tienes que cumplir).
Yo montaba espectáculos de teatro políticos (como ahora Zedilleus). Justo con las deudas encima, un día llegó por ahí Eduardo Manzano, uno de Los Polivoces, y al terminar la función me propuso que le escribiera guiones para su programa de televisión. Cuando vi lo que me pagaría me di cuenta que con eso salía de deudas. Pensé en escribirle guiones durante tres o cuatro meses para luego regresar a mi (respetabilísima) vida académica. Manzano me propuso que yo no apareciera en los créditos, cosa que consideré buena idea porque no creí prestigioso que saliera mi nombre.
Tiempo después averiguaría que al aparecer en los créditos que el libreto era de Eduardo Manzano, él se llevaba las regalías de derechos de autor. Me tardé tres años en descubrir la estafa. Me decía: tú no te preocupes por el dinero, yo te pago directamente.
J.A.F.: ¿Cómo fue tu paso por Televisa?
G.D.: Yo no padecí a Televisa, ni muchísimo menos, ni lo vivo como una mancha (lo dice con ironía) en mi curriculum. Fue maravilloso estar ahí. Hice buenísimos cuates que me duran todavía. Mis problemas fueron sólo con el nivel directivo, jamás con el nivel operativo. Aprendí a editar, a musicalizar, a dirigir cámaras. Estuve siete años en Televisa y cuando volví a sentir que el techo se me hacía más bajo, que me ahogaba, y como empezó la grilla (que no hay espacio mexicano en donde no se dé la grilla) decidí salirme.
J.A.F.: ¿Hiciste varios programas?
G.D.: Escribí programas de comedia, obras de teatro, hice conceptos de programas como Noche a Noche, que es un diseño básicamente mío y de otro escritor argentino que se llama Fox. Las conductoras fueron Verónica Castro, Talina Fernández y Daniela Romo, con quienes conservo muy buena amistad.
Me salí de Televisa cuando me asignaron XE-Tú. Ahí todo era demasiado bobo, enajenante y neutro. Como para entonces yo ya había pagado mis deudas, no me costó trabajo irme.
J.A.F.: ¿Luego anduviste por Imevisión?
G.D.: Ahí me llevó Pablo Marentes, quien me vendió la idea del Canal Siete, en donde hacía 5 programas a la semana. Llegué a escribir dormido. Nadie debe hacer eso. No es posible tener creatividad para escribir 5 programas diferentes por semana.
Entré en un proceso de agotamiento que se me reveló en el momento en el que me dio un infarto. Me di cuenta que me lo había ganado a pulso y que además ese esfuerzo bestial ni siquiera había redundado ni en buenos resultados, ni en una buena forma de provecho personal. Ni siquiera gané buen dinero, ni me sentí muy satisfecho de mi labor.
Hay quien se salva del infarto y cree que es porque hay una misión que tiene que cumplir en la vida y por eso no le tocaba. Yo no lo creo, porque al paso del tiempo compruebas que sigues haciendo las mismas babosadas de siempre, aunque las realizas con otro gusto y con otro sentido.
El sentido de lo prodigioso que es la vida y del absoluto derecho que tenemos a ser felices, lo adquirí en la Unidad de Coronarias del Sanatorio Español, postrado en la cama y frente a un reloj de Gayoso, mismo que ya quitaron luego de que publiqué (su desafortunada o precisa ubicación) en un artículo.
J.A.F.: ¿Tú seguías hablando ahí, en la sala de infartados del Sanatorio Español?
G.D.: Por supuesto. Un día grité: ¡síííííí!
Ahí te invade una extraña inmortalidad. Yo nunca me había dado permiso a ser feliz, pero hasta que pasas por eso te das cuenta de qué manera te has castigado y te has sentido indigno de la felicidad. Es cuando dices: tengo una ampliación de mi tiempo de vida que estaba por terminarse.
Cuando te bebes la vida como si fuera champagne, no te das cuenta a lo que sabe cada día.
J.A.F.: Tu has hecho televisión e inclusive has salido en pantalla, pero lo que te hizo muy famoso fue tu columna en la sección Ciudad del periódico Reforma.
Me llama mucho la atención lo que te comento porque México es un país en el que la fama está reservada para quienes aparecen en televisión y tú lograste fama mayor por tus artículos de la Gaceta del Ángel, en Reforma. Tu caso es único.
G.D.: Lo mismo me preguntaba ayer Adolfo Aguilar Zínzer. No lo sé. A lo mejor llegué al lugar preciso en el momento preciso, con una forma de encarar la realidad que al ciudadano le gusta.
Creo que a todos más o menos nos pasa lo mismo, y si eso que nos sucede a todos lo cuentas bien (mezclado con política y horizonte cultural) la gente se identifica.
No lo sé.
J.A.F.: ¿Qué da la fama?
G.D.: Espacios, pero hay que tener cuidado.
El día en que te dejas usar y escribes por encargo político, es otra cosa. Aunque escribas la verdad, la verdad en política siempre tiene un uso y un destinatario y es parcial, y el que la redacta difícilmente sabe cuál es el juego de estos seductores de oficio que son los políticos.
Salinas quiso pagarme la operación del corazón en Houston, yo me negué a aceptarlo.
J.A.F.: Y ahora que has visto a la televisión desde lejos y que tienes una columna crítica diaria en el periódico Reforma, ¿cómo ves el panorama de la televisión? ¿La percibes casi monotemática?
G.D.: Así la percibo. La sociedad ha rebasado a los medios y los medios están muy rezagados. Van a sobrevivir aquellos que detecten a ese nuevo ciudadano.
J.A.F.: Quisiera invitarte a hacer un juego, para no obligarte a criticar sin más.
Quisiera imaginar varios supuestos, si estás de acuerdo.
Va el primero:
¿qué harías si mañana estuvieras al frente de Televisa, en lugar de Emilio Azcárraga?
G.D.: Me pasaría un buen rato sin tocar nada. Habría que estudiar muy a fondo lo mucho rescatable que hay ahí. Es una transnacional mexicana exitosa, cosa que no lo puedes decir de muchas empresas de nuestro país.
Vería la manera que ese buque enorme, que es Televisa, empezara a enfilar a un territorio que le es lejanísimo y desconocido, que se llama la realidad, y particularmente la realidad mexicana. Lo cual implicaría un poner distancia con el otro monstruo que es el Estado. Entendiendo que ya como están hoy las cosas, más necesita el Estado de Televisa que a la inversa. Hoy, creo, podrían ser equidistantes.
Todo lo haría sin ímpetus revolucionarios. Todo en forma gradual, con cuidado y con cautela, pero con decisión.
J.A.F.: ¿Qué harías con Televisión Azteca?
G.D.: Me es impensable Televisión Azteca sin asociarla con Elektra.
Yo no sería dueño de Elektra, pero, bueno, respondiendo a la pregunta, yo la jugaría de otra manera. Veo que imitan a Televisa, pero lo hacen barato.
Haría algo distinto, marcaría la diferencia.
J.A.F.: Y si estuvieras al frente del 11?
G.D.: Lucharía como loco para hacerlo nacional y para alivianarlo un poquito, para que les gane la risa, aunque sea de vez en cuando.
J.A.F.: ¿Y si estuvieras como Director del 22?
G.D.: Lo borraba, en principio. Le diría a todos los videoastas mexicanos: señores, aquí hay un espacio televisivo, propónganme cosas, hagamos televisión cultural y de servicio.
(Dehesa no tiene ni Multivisión ni Cablevisión).
J.A.F.: ¿Y si estuvieras al frente de la Oficina de Censura?
G.D.: Inmediatamente formaría un Consejo Ciudadano, que en términos de evaluación te avisara de alguna manera sobre el contenido de aquello que va a entrar a tu casa.
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