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Carlos Monsiváis
Histórico el 6 de julio; lo nuevo: el fin del monólogo
Publicada en la Revista no. 37 el 01 de septiembre 1997
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Por José Antonio Fernández Fernández

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José María Pérez Gay,

Julio Di Bella,

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y
Nicolás Alvarado.


Carlos Monsiváis, escritor y periodista, es dueño de un agudo sentido crítico. Duro para opinar sobre los protagonistas claves de la sociedad, se para frente a cualquier pregunta, considera una reflexión inicial y después dispara. Expone sus puntos de vista sin miramientos. Se puede estar de acuerdo o no con él, en forma parcial o total, pero su interlocutor siempre debe considerar que Monsiváis está cercano a las calles, las marchas, las plazas, la lectura y el corazón de la gente. Es, pienso, sin cursilerías, un reportero de los sentimientos de la población. De sus sufrimientos y alegrías, de sus angustias y el aire de esperanza que de pronto se dibuja en este fin de siglo.

Con humor negro se acerca al poder. Con alegría blanca a nuestra nueva democracia. Cree que las historias más vivas, intencionadas, libres y actuales las cuentan fotógrafos y caricaturistas, y está convencido de que se abre un nuevo tiempo para México: el del diálogo.

JOSE ANTONIO FERNANDEZ: Cuando usted inicia en el periodismo, ¿se atrevía a decir lo que quería?
CARLOS MONSIVAIS:
Decir lo que quiero no es un problema de crítica o de enfrentamiento a los poderes, es un asunto formal. No es fácil decir lo que uno quiere. No es fácil trasladar a la página los ritmos, la vehemencia, la tristeza, la desolación o la tragedia de lo que se contempla. Decir lo que quiero no tiene nada que ver con calor político, tiene que ver con calidad formal y es muy difícil que uno diga lo que quiere.

J.A.F.: Replanteo la pregunta: al decir lo que quiero, no quise referirme al aspecto formal del dominio del lenguaje...
C.M.:
...tampoco he colaborado nunca, de manera sistemática, en publicaciones en donde la censura sea lo predominante. En mi etapa estudiantil no había censura, ni tampoco un gran espacio para el pensamiento de la oposición. En las pocas veces que colaboré en la Voz de México, tampoco había censura... porque no había periodismo.

En Excélsior estuve un tiempo y me retiré en el 68 porque sentí que lo que necesitaba decir no correspondía a lo que en ese momento se estaba publicando. Me fui a la Revista Siempre y publiqué lo que quise. Cuando vino la represión, después del 2 de octubre, nos mantuvimos prudentes dos semanas y después volvimos. En Radio Universidad, luego de que el ejército entró a Ciudad Universitaria, el programa de radio que tenía, que era El Cine y la Crítica (que realizábamos con un tono satírico), lo suspendimos cuatro semanas y luego regresamos.

En mi caso la censura no ha sido demasiado problema. Dos o tres veces me han amenazado de muerte, pero han sido los linotipistas ante mis correcciones que no entendían.

J.A.F.: Si hiciéramos un comparativo de la atmósfera de los años de sus inicios en el periodismo, con la atmósfera que se vive hoy en México.
C.M.:
No hay comparación. Muchas de las cosas que no se decían era porque no se podían pensar. No había sólo un problema de censura, ni siquiera de autocensura, era un problema de la impensabilidad de un tono crítico. A mí me costó dar con el sentido de entender como natural una crítica muy vehemente. En ese tiempo no era concebible. La fórmula que nos transmitía José Pagés, en la Revista Siempre, era: “aquí hay tres intocables: el Ejército, La Virgen de Guadalupe y el Presidente de la República”.

Creo que lo que se ha avanzado respecto a los intocables, a las zonas inabordables, es realmente extraordinario. En los cincuentas la revista El Chamuco hubiese sido imposible no sólo de publicar, sino de trazar.

Cuando yo era estudiante de secundaria me gustaba muchísimo una publicación que se llamaba Presente, me divertía con ella.

En 1952, entran a las oficinas de la revista Presente unos guardaespaldas, destruyen la imprenta y golpean a su director Muñoz Sandoval, y lo dejan permanentemente inválido a causa de esa golpiza. Entonces se veía que la crítica no era fácil de imprimir, y por lo mismo dejaba de ser fácil de pensarse.

En los sesentas, salvo Rius, hay un silencio total en materia de caricatura, que siempre ha sido la avanzada de la expresión crítica. En la época Porfirista la represión era constante, hoy la represión es la ausencia de lectores.

J.A.F.: ¿Ejercer la opinión ha traído complicaciones en su vida?
C.M.:
En general, no. Las únicas complicaciones se han dado a modo de invitaciones. Me han llegado a invitar a giras presidenciales, lo que me obliga a presentar un repertorio de excusas que me habilitan a la mitomanía. Las veces que me invitaron a las giras del Presidente Echeverría, tuve todo tipo de enfermedades. Al licenciado López Portillo le agradezco que jamás me haya invitado a nada, excepto un día que me ofreció ser agregado cultural, pero eso fue fácil de resolver porque para ello no tengo capacidad. Con el licenciado Miguel de la Madrid nuestra amistad se robusteció porque jamás me invitó a nada. El licenciado Salinas tuvo la deferencia de invitarme, y mi repertorio de excusas ya estaba llegando al delirio. Un día me invitaron a una gira del programa de Solidaridad y les dije que no podía porque tenía que dar una conferencia sobre gatos a una asociación de veterinarios, lo cual era cierto. Se ofendieron muchísimo y no me volvieron a invitar.

No he vuelto a tener ningún problema de invitaciones. Pero estas son las amenazas reales a la libertad de expresión; que lo inviten a uno a cenas aburridísimas, donde se leen discursos atorrantes, donde uno la pasa mal porque además hay que levantarse de la silla unas cincuenta veces porque es el ritual (aunque ahora el ritual de los aplausos ha disminuido, pero apareció el de asentir con la cabeza).

No sé si se fijaron que en la Cámara de Diputados los priistas asienten todo el tiempo, por lo que terminan con una tortícolis terrible.

J.A.F.: Usted es fiel a su manera de pensar, al lugar donde vive, a su manera de vestir, a las cosas que piensa. ¿Cómo se puede vivir siendo fiel a tantas cosas en estos tiempos?
C.M.:
Usted lo ve como fidelidad porque está atenido a un sistema de valores muy positivo. Yo, en cambio, lo veo como monomanía, lo que me hace sentir mucho menos culpable.
Simplemente es un ejercicio de una desviación monopólica del gusto, que en lugar de diversificar mi gusto cambiándome a vivir al Pedregal, me quedo en la colonia Portales. Pero esto es por monomanía y no por lealtad a la Portales que es una colonia horrenda. Y luego también es falta de imaginación.

Sólo la falta de imaginación explica que yo no me haya entusiasmado con el Presidente Salinas, como le sucedió a muchos amigos míos. Lo que pasa es que por algún problema de registro visual yo sólo veía un demagogo en donde ellos veían al salvador de la Patria. Entonces, debido a eso que podríamos llamar hipermetropía ideológica, yo no me di cuenta que estaba frente al salvador de la Patria, y sólo vi a un demagogo dedicado a exaltar su figura y a abusar del poder. Cuando después mucha gente dijo que a eso se había dedicado, ya era muy tarde para que yo dijera que no había sido fiel a una actitud política, sino que padecía de hipermetropía ideológica, razón por la cual yo no había visto al Salinas que ellos vieron.

J.A.F.: Este momento que vivimos, que tiene como fecha clave el 6 de julio (de 1997, fecha de las primeras elecciones para Gobernador del Distrito Federal), ¿es justo el centro, o es el inicio o el final del cambio?
C.M.:
Si generalizamos a partir de la ciudad de México, con el típico centralismo tan bochornoso, el momento en que estamos es el momento de la obtención de una conciencia ciudadana (y no digo la recuperación porque esa conciencia nunca se había dado), que es la de saber que uno dispone de un punto de vista y que ese punto de vista, instrumentado por el voto, se traduce en leyes, cambios de actitud de las autoridades y en una relación distinta con el proceso de gobierno. Lo que significó la marcha de los zapatistas es una prueba del registro de lo que pasó el 6 de julio. Sin esa confianza que le dio a la ciudadanía el 6 de julio, de saber que su punto de vista cambiaba drásticamente una situación, no hubiese salido tanta gente a la calle. Es un registro totalmente nuevo. Lo nuevo no es la actitud, lo nuevo es la capacidad de la actitud para hacerse de espacios políticos en una forma que yo considero lo básico irreversible. Yo no digo que no pueda ganar en un momento dado la derecha, eso es imposible predecirlo, lo que digo es que quien gane necesitará convencer. Y ese proceso persuasivo va a requerir un diálogo y elimina el monólogo. Lo nuevo es el fin del monólogo.

Salinas ejerció un monólogo de seis años; trágico, por las consecuencias, patético, por su gana de convertirlo en discurso bolivariano, y temible por el coro de adulación nacional e internacional que obtuvo. Pero ahora ya nadie podría con el monólogo.

El fin del monólogo se dice fácil, pero es la primera vez en la historia de México que sucede. Lo que le da a esta hora la característica de histórico no es tanto el triunfo del 6 de julio, o la llegada de los zapatistas, es el fin del monólogo.

J.A.F.: Contrario a lo que mucha gente me comentó, yo sentí que en el Informe de Gobierno (de Zedillo-1997) todos los asistentes estaban muy bien portados, tan bien que les faltó garra, les faltó decir. Era como una mesa de familia muy bien educada, donde parece que nada pasa y pasa de todo.
C.M.:
Era un velorio en donde todos querían olvidar el nombre del muerto. Sabíamos que estaba muerto el monólogo y que también estaba muerta la intención del PRI de continuar. Pero por ese respeto absurdo y muy mexicano por los muertos, nadie quería decir el nombre del muerto. Los panistas no querían rezarle el rosario, los priistas no querían confesar a gritos que era su papá o su tío el que había muerto, y los perredistas estaban tan embriagados con el triunfo que decidieron respetar el dolor de la viuda, aunque nadie quería adjudicarse el papel de viuda. Lo más patético del primero de septiembre es que la viuda no aparecía, todos eran indiferentes frente al cadáver. El cadáver era el monopolio del poder, era el PRI, el presidencialismo. Pero no hubo viuda, por esa discreción que tiene que ver con las meditaciones del altiplano.

J.A.F.: ¿Colaboró la televisión para que se diera ese 6 de julio? ¿O los medios tienen que cambiar a partir de ese 6 de julio?
C.M.:
Los medios no han cambiado nada, y me refiero a la televisión. Siguen siendo la expresión de dos voluntades, armada cada una desde su muy peculiar comprensión del mundo, que suele ser muy deficiente en ambos casos. Hay que ver simplemente la campaña para justificar la tortura y el asesinato de los jóvenes de la Buenos Aires que se ha dado en los dos medios (Televisa y TV Azteca), para ver que no han cambiado en lo absoluto. Si tuvieron que admitir la presencia del debate político, fue porque tuvieron que admitir antes la debilidad del PRI. Esa debilidad es la que logra las aplicaciones de criterios y no al revés. Como de la funeraria les hablaron diciendo que ya habían preparado un velatorio, decidieron abrirse, pero no fue antes. Antes han probado que no están dispuestos realmente a apoyar el cambio, pero que sí están dispuestos a negociar, con los poderes a los que tengan acceso, cuál es el espacio que se le concede al cambio. Son negociadores del espacio del cambio, no apoyadores del cambio. Esto me parece que es categórico en el caso de la televisión.

En lo que respecta a los periódicos, aquél que insista en decir en primera plana: “¿por qué el gobierno no les parte la cara a esos malandrines, a esos indígenas?’’, es un periódico que está condenado a desaparecer.

Quien se obstine en promover el inmovilismo, cancelará suscripciones a diario.

J.A.F.: ¿Y la televisión cultural?
C.M.:
Es otro su papel, y está cumpliéndolo muy bien. La televisión cultural no tiene por qué seguir el movimiento de la sociedad. Tiene que fundamentar el cambio de una sociedad también basada en un cambio cultural. Sin el cambio cultural que se ha dado en estos años no habría cambio político, y en eso los canales han sido muy efectivos. Han hecho posible la alternativa cultural, la de ver con entusiasmo un programa sobre Picasso en vez de sintonizar Siempre en Domingo.

Y si la alternativa cultural es posible, la alternativa política también. Pero fue primero la creación de la alternativa cultural, y el que habitaran esa alternativa cultural cientos de miles, lo que precipitó la idea de la necesidad de la alternativa política. Me parece que ese fue el proceso.

J.A.F.: Si la televisión cultural se contaminara con los procesos políticos, ¿dejaría de ser una televisión efectiva?
C.M.:
Creo que no es su papel. Puede haber crítica dentro de ella, pero no es su papel meterse en el momento político.
Este asunto de la televisión cultural siempre es muy delicado y propicia debates, pleitos e inquinas, pero yo creo que de lo que se trata es de consolidar la solidez de un espacio.

J.A.F.: ¿Y el cine mexicano? ¿Cómo lo ubica dentro de este momento tan importante?
C.M.:
El cine mexicano es un proyecto, que no sé si ya lo aprobaron en la última junta de financiamiento.

Hay tres o cuatro películas al año, algunas muy interesantes, otras no menos. Los productores privados se han retirado, se ha perdido mucho del mercado de la frontera que le era tan básico a la industria. La concepción del cine como industria familiar se ha derrumbado. La idea de que si un cineasta mexicano no consigue una película en Hollywood no puede regresar a México, porque no obtuvo el triunfo, es una idea que ha estado dominando y, bueno, no es un momento donde uno pueda prever nada.

El auge del cine mexicano durante el sexenio de Salinas se debió a una necesidad del mismo Salinas de que todo su aparato propagandístico funcionara, porque él era tan extraordinario que resucitaba al cine.

Salinas vio al país convertido en Lázaro y se dedicó a resucitarlo, pero sólo frente a cámaras. Hablar del cine mexicano es una de las ejemplaridades de su política de resurrección a bajo costo, porque terminado su apoyo no había tal industria ni tal nuevo cine mexicano. Ahora hay cineastas que dificultosamente y al cabo de no sé cuántos trámites logran filmar una película. Hablar de cine mexicano es hablar del infierno en la antesala, sucedido del purgatorio de la filmación.

J.A.F.: Muchos de los que analizan el momento que vivimos dicen que la sociedad civil es la que encabeza los cambios. ¿Quién liderea los cambios?
C.M.:
Es muy difícil adjudicar lugares, a menos de que uno se elija como el barómetro de la sensibilidad nacional.

Yo tengo muchas dudas respecto a mi criterio, dudas que suspendo cuando escribo artículos. Diría yo que la vanguardia la están dando las organizaciones no gubernamentales, un sector de la prensa profundamente crítico (el más crítico, que son algunos caricaturistas y fotógrafos), un sector de profesionistas que ya consideran que el trabajo en el gobierno debe orientarse por el servicio civil y no por la fricción partidaria, los organizadores comunitarios y un sector de la izquierda que no se ha burocratizado.


J.A.F.: El país cambia, ¿en manos de quién caemos? ¿En manos de la democracia, en manos de los grupos de izquierda?
C.M.:
Estábamos absolutamente en manos del liberalismo, el FMI y un grupito de 300. Esas manos eran evidentes, estaban ahí, eran opresivas y trituradoras. Estamos creando las manos en donde caer. No hay manos. Eran las únicas manos existentes. No sé qué manos se crearán ni cómo. Es el fin de las manos únicas. No sé qué pasará, pero es una creación colectiva de esas manos.

J.A.F.: ¿En este proceso por venir qué papel cree que deberán jugar la radio y la televisión?
C.M.:
La radio deberá seguir jugando su papel de ágora, de espacio de protesta. Y la televisión tendría el compromiso y el deber profesional de no hacer ya ese servicio informativo tan absolutamente deshonesto y vejatorio que nos dan a diario. Antes que cualquier cosa, es un insulto a la inteligencia lo que están haciendo informativamente.

 

 



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