Por José Antonio Fernández F.
Humberto Zurita forma parte de una familia de diez hermanos. Él es el único
actor.
Nació en Torreón, Cuahuila. Cuando era adolescente combinaba sus
estudios con el trabajo. Se empleó en una tienda de muebles de acrílico
en la que llegó a ser socio. Le iba bien y tenía ya una forma de
vida. Para ese tiempo jamás había visto una obra de teatro. Estudiaba
la preparatoria abierta por las noches. Entonces un amigo de la prepa, Manuel
Martínez, lo invitó a que hiciera el papel de Jesucristo Superestrella
en una obra de teatro. Hasta ese día Zurita nada había tenido que
ver, ni tampoco su familia, con el mundo de la actuación. Inclusive "tenía
una subestimación del medio de los actores. Vivía otro mundo. Estuve
en un seminario 3 años, en plena adolescencia.
De entrada le dije a Manolo que estaba loco. Sin duda había un machismo
en mi respuesta. Insistió y me invitó a ver una obra.
Un grupo de México andaba de gira por Torreón con la ópera
rock Tommy. Fui a verla y me enamoré. Los actores no eran profesionales
sino universitarios. Me sentí muy fuerte, pleno y lleno luego de verla.
Entonces decidí, como Antonin Artaud, que tenía que volver a nacer,
que esa era mi vida y que quería ser actor. Fue una situación muy
curiosa. Al salir le dije a Manolo que sí aceptaba y pusimos la obra. Él
fue el director".
José Antonio Fernández:
¿Tu amigo Manuel Martínez siguió la carrera de director?
Humberto Zurita: Es antropólogo. Tengo muchos años de no
verlo.
J.A.F.: ¿Cómo les fue
con Jesucristo Superestrella?
H.Z.: Era una obra escolar y tuvimos mucho éxito. Para mí
fue muy importante porque me encontré, como decimos en mi pueblo, un
veinte... un regalo.
Descubrí que tenía cierta sensibilidad para expresarme, para interpretar
en el escenario. Ahí me vio el maestro Rogelio Luévano, que dirigía
teatro universitario, y me invitó a hacer
un papel pequeñísimo en la obra Cazadores de Paco Ignacio Taibo.
Como yo ya me había enamorado de la actuación, acepté y
no faltaba a los ensayos. Me quedaba de principio a fin. Llegué a conocer
la obra muy bien. Un día se enfermó el protagonista de la historia
y el maestro Luévano preguntó quién quería sustituirlo.
Alzé la mano y dije yo. Me sabía toda la obra. Llegué a
representar tres personajes.
En esa obra me vio Magdalena Briones de Acosta, una mujer que fue maestra de
Pilar Rioja y que dirigía la Casa de la Cultura de Torreón. En
esos días ella escribía la obra Hipótesis, que era para
bailarines. Pensó que yo era bailarín porque hacía muy
bien el personaje del cojo en Cazadores.
Yo no bailaba, dominaba muy bien mi cuerpo porque durante muchos años
practiqué Tae Kwon Do y eso te enseña a controlar el cuerpo a
detalle. Le aclaré que no era bailarín, pero me dijo que había
escrito el protagonista para mí y que quería que hiciera el papel.
Así representé tres obras en dos años.
Un día llegaron a Torreón María Rojo y su esposo Marco
Antonio Montero, que era el que manejaba Bellas Artes. Me vieron en Hipótesis,
al término de la obra subieron a mi camerino y me invitaron a venirme
a México. Me dijeron que yo tenía muchas aptitudes y gua gua gua.
Les dije que sí, aunque sin darles demasiada importancia.
Yo venía seguido a México porque compraba lámparas para
la tienda. Un día visité a Montero. De inmediato me atendió.
Llamó por teléfono y tuve la suerte que al día siguiente
había un personaje para que yo actuara en una serie de televisión
en la que se ponían en escena obras de teatro.
Llegué tarde, ya habían empezado. Me regañó el director,
me quedé tres horas viendo y sentí que la televisión era
muy fría y distante. No me gustó. Al otro día fui a ver
a mi amigo Marco Antonio Montero y le di las gracias.
J.A.F.: ¿Aún cuando
en ese tiempo la televisión ya era importante?
H.Z.: No lo sentía en ese tiempo así. Cuando llegué
al foro no me gustó el manejo. El director era muy rollero y utilizaba
todo para su lucimiento personal.
En el ambiente se sentía corrupción. Vi malos tratos. El tipo
que me recibió era gay. Toda la mala imagen que yo tenía del medio
me apareció de golpe en la realidad y no quise quedarme.
Le dije a Montero que no me interesaba la televisión. Me pregunto qué
quería. Le respondí que tenía interés en estudiar
en una escuela de teatro. En ese momento me nombró cinco escuelas. Una
de ellas era el CUT, el Centro Universitario de Teatro, donde yo posteriormente
estudié.
Salí de su oficina. Le platiqué de mi reunión a una buena
amiga y me dijo que tenía que ver la obra de teatro In Memorian de Héctor
Mendoza, quien era director del CUT. Al día siguienter asistí
a la obra y me pareció maravillosa. Innovadora y audaz, una de esas obras
que le dan un vuelco al teatro.
Al otro día regresé con Montero y le pedí que me echara
la mano para entrar al CUT. Pero me dijo
que no me podía ayudar, que Héctor Mendoza era muy estricto y
que las cosas ahí no funcionaban por recomendación. Fui a la UNAM
y me dijeron que ya no había inscripciones para el CUT. Entonces mi amiga
me llevó al CUT. Llegué y le dije a la secretaría que tenía
una cita con Héctor Méndoza. Era mentira. Me pasaron a una sala.
Esperaba ver a un tipo de pelo largo con morral y huaraches. De pronto entró
un señor de traje, me meto a su oficina, me presento y le digo que quiero
ser actor. Héctor Mendoza me escucha y me dice que en 20 días
empezaría un propedéutico. Tomé el curso que estaba cargado
de muchos ejercicios físicos y de improvisación. Yo tenía
mucha hambre de hacer cosas creativas. Para ese momento ya se me había
despertado algo que me encantaba.
Ahí me quedé 7 años haciendo teatro universitario.
J.A.F.: A mucha gente se le aparecen
oportunidades
en la vida y no las toma por miedos. A tí se te fueron presentando oportunidades
y las tomaste. ¿Había miedos? ¿Apoyos de la familia?
H.Z.: A mí me encantó el ser actor y creo que entré
en un momento de inconciencia que me hacía ir a una cosa y luego a otra.
Cuando me vine a vivir a México mi familia tampoco tenía la conciencia
de que me convertiría en actor.
Para mantenerme vendía seguros de vida. Vivía en un cuarto de
azotea de la colonia Roma. Me iba en una bicicleta de carreras al CUT. (La puse
de moda y al tiempo todos llegábamos en bicicleta. Creo que algunos pensaban
que lo hacía por snobismo). Mis papás no entendían bien
a qué me dedicaba.
Pero ahí empecé a vivir por mí mismo. Afortunadamente no
tenía dinero para irme a reventar con los amigos. Me dediqué a
comprar libros y a leer. Conocí a los existencialistas franceses y a
los poetas malditos. Me pasé tres años encerrado en mi cuarto
de azotea. Le hice un tapanco para poder dormir arriba y estudiar abajo. Me
iba muy bien en el CUT, todos los maestros querían trabajar conmigo.
Montamos la primera obra y la crítica especializada me dio todos los
premios de ese momento. A la siguiente puesta en escena sucedió lo mismo.
Me llamaron para hacer cine y televisión y no quise ir. Estuve 7 años
concentrado en el teatro universitario.
J.A.F.: ¿Por qué no
aceptabas, era cuestión de ideología?
H.Z.: Aceptar en ese momento era prostituirme.
J.A.F.: ¿Te sirvió mucho
el CUT para lograr una disciplina?
H.Z.: Decía el poeta español León Felipe que sólo
los virtuosos pueden ver los ojos de Dios, y que para ser virtuoso se necesitan
tres cosas: escuela, disciplina y método.
En el CUT yo concentré todos los esfuerzos para ser actor.
J.A.F.: ¿Cómo te convences
de entrar a la televisión?
H.Z.: Fue el paso del tiempo. Yo tenía muchas carencias. Seguía
viviendo en el cuarto de azotea, me buscaba en la bolsa chiquita para poder
comer, tenía un sólo traje. Ya en ese momento algunos de mis amigos
del CUT estrenaban coche. Yo descubrí que había sido comerciante
y que sabía ganarme la vida.
No recibía apoyo de mi casa porque éramos diez y pertenecíamos
a una clase media bajona. Una familia con mucho amor pero sin excesos. No había
para apoyar a un actor.
Un día me ofrecieron hacer El Avaro de Moliére con actores como
Ignacio López Tarso y otros de primer nivel. Héctor Mendoza me
dijo que la hiciera. De ahí me invitaron a la obra OK, en donde me vio
Felipe Cazals que a su vez me invitó a participar en la película
Bajo la Metralla. Acepté porque él dirigía cintas bastantes
serias. Me gané un Ariel y una Diosa de Plata y me siguieron llamando.
Me habló Ana Martín para un papel en la telenovela Muchacha de
Barrio a la que primero me invitó de antagonista. No quise porque eran
sólo unos 30 capítulos. A los pocos meses me contrató para
hacer el estelar.
J.A.F.: El éxito siempre te
sonríe. ¿Qué piensas de eso?
H.Z.: Que he sido muy suertudo.
J.A.F.: ¿En algún momento
ha pasado por tu cabeza que ya has hecho todo?
H.Z.: Tengo unos 4 ó 5 años diciendo que ya no quiero ser
actor. Pienso que la televisión echa a perder a los actores porque nos
mete en un oficio y en una frialdad en la que nuestra sensibilidad y creatividad
van quedando en segundo término. Estamos muy limitados por el género.
Yo me he pasado ya casi 20 años de mi vida haciendo melodrama, y eso
te hace mal porque te llena de vicios de actuación. Si no te quita virtudes
sí te las opaca. Yo le agradezco a mi carrera la oportunidad que me da
de relacionarme, de cultivarme, de sentir y de estar en un tiempo y en un espacio.
Siempre he considerado que el teatro, el cine y la televisión se hacen
en la mesa, porque es donde los actores nos conocemos a nosotros mismos y también
a los autores, los personajes, la dramaturgia, el tono, el estilo y el género.
Ahí está lo rico, lo de menos es hacerlo. Y en la televisión
haces y haces y haces. No analizas nada porque o eres el bueno o el malo. Está
llena de estereotipos. Y cuando manejas el oficio del apuntador ya no estudias.
J.A.F: ¿Por qué decides
dirigir tus telenovelas?
H.Z.: Hace 16 años formé la productora Zuba porque quería
retroalimentarme. Por eso la primera obra que monté fue El cepillo de
dientes, que pertenece al género del absurdo. Y también puse en
escena otras como El beso de la mujer araña, buscando más necesidades
personales que éxitos comerciales.
Y ahora ya estaba cansado y decidí dirigir. Es un nuevo oficio que estoy
adquiriendo y que me llena de vida.
J.A.F.: ¿Qué es lo que
persigues con el tipo de producciones que realizas, como La Chacala, Azul tequila
y El Candidato?
H.Z.: Me parece que la vida nos ha sonreído, que tenemos ya un
nombre dentro del medio artístico y que es momento de retribuirle al
público algo de lo que nos ha dado.
J.A.F.: ¿Podrías haber
seguido en Televisa?
H.Z.: Sí. Mi relación con el señor Azcárraga
era muy buena, éramos de los consentidos. Yo lo quería mucho,
pero creo que la vida tiene ciclos y que los hijos se educan para que un día
se vayan. Pienso que el pluralismo le ofrece a la gente las oportunidades de
ser diferente y de expresarse de forma distinta. Es muy importante poder colaborar
en muchos lugares y ahí poner en práctica lo aprendido. Los actores
no somos de nadie. Nuestra tarea es buscar un foro, un teatro, un parque, una
esquina, un canal de televisión o cualquier otro espacio para expresarnos.
Los monopolios en esta época no se valen. Ya no existen. Hoy podemos
tener la oportunidad de estar aquí, ir a otro lado o regresar a Televisa.
Si nos ofrezcan un lugar para expresarnos en donde no impere la autocensura,
ahí será un buen sitio para trabajar. La autocensura es una castración,
y ni las televisoras ni nadie tienen derecho a manipular nuestras vidas ni nuestra
creatividad sólo porque nos pagan un sueldo.
J.A.F.: ¿Hay autocensura en
TV Azteca?
H.Z.: Afortunadamente en esta empresa (TV Azteca) no tanto. Las tres
cosas que hemos producido (Chacala, Azul tequila y El Candidato) no las podríamos
haber hecho en Televisa. No se hubieran interesado nunca. Por eso para nosotros
es una gran oportunidad. Yo he producido las tres y dirigido dos.
J.A.F.: ¿Al ser actor, productor
y director te conviertes en un hombre de negocios de la televisión y
del teatro?
H.Z.: Cuando hice la obra Trampa de muerte conocí a Manolo Fábregas
y él me enseñó que esto también es un negocio. Era
un hombre muy duro pero muy honesto. Un día que negociábamos un
contrato me dijo lo siguiente: sé que tú y yo llenamos el teatro,
pero yo soy el dueño del balón. Le respondí que aceptaba
que no me diera el aumento porque en cuatro años estaría montando
una obra en su teatro.
Cuatro años después puse Dulce Caridad en el San Rafael.
Recuerdo que en los tiempos en que hacía teatro universitario siempre
llegábamos todos en grupo a los ensayos y a las puestas en escena. Pero
cuando me inicié en el teatro comercial observé que todos llegábamos
solos... así te enteras que cada quien se rasca con sus propias manos.
El día que conversé sobre mi aumento con Manolo Fábregas
comprendí que tenía que formar la compañía Zuba
porque quería hacer mis propias cosas y porque yo costaba dinero. Vi
que los demás arriesgaban dinero conmigo, entonces fue cuando tomé
la decisión de yo arriesgar dinero conmigo. Venía de vender muebles
en Torreón y me traté como un mueble. En ese momento rompí
con esa parte artística y acepté que somos como un tomate maduro
que cuando está bueno se vende y cuando no lo agarran y lo avientan al
final del cajón. Es el trato infame que recibe, al fin de cuentas, cualquiera.
Pero a mí me interesó entender el juego, hacer lo que me gusta,
realizar mis sueños, montar las obras que me convencen y, además,
generar fuentes de trabajo.
Creo que uno viene a la vida a tomar decisiones, buenas o malas, equivocadas
o no, finalmente el hombre es lo que hace.
León Felipe dijo: nadie fue ayer, no va hoy ni irá mañana
hacia Dios por este mismo camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo
nuevo de luz el sol y un camino virgen Dios. Yo sí creo en eso. Que la
realidad es un holograma de nuestra mente. Que nosotros somos los que tenemos
que diseñar nuestra vida, para bien o para mal. El hombre que se puede
escapar de su destino es el que fabrica el suyo propio.
J.A.F.: ¿Al tener más
intereses por los negocios corres el peligro de dar muchas concesiones?
H.Z.: Me parece que el hombre siempre concesiona. Lo importante es que
no rompas tu integridad y tus principios porque entonces sí estaríamos
hablando de prostitución. Eso no lo haría jamás.
Me considero un hombre rebelde.
J.A.F.: Tus tres telenovelas (La Chacala,
Azul tequila y El Candidato) son muy fuertes. ¿Arriesgas mucho al poner
en televisión historias tan duras? (Sabemos que el público sí
aguanta narraciones tremendas en una sala de teatro o cine).
H.Z.: El artista tiene que ser auténtico y mostrar lo que es y
ha vivido, por eso hay directores de género y hay directores. Hay directores
que están mostrando historias de lo que es, no pretenden mentirle al
público. Creo que es una tendencia natural en mí (Christian y
yo lo hemos hablado). Me intereso por los seres marginados. No intento que la
gente viva lo feo, sino que reflexione por qué lo feo y por qué
algunos personajes están marginados.
J.A.F.: En El Candidato todos los
personajes podrían verse como malos...
H.Z.: ...O como seres humanos. Shakespeare decía: no hay buenos
ni malos, los hombres actúan según su circunstancia. Y eso es
lo interesante. Creo que la televisión debe cambiar. Que en su género
por excelencia que es el melodrama podría tener subgéneros, y
un buen intento es la pieza. Lo que pasa es que no estamos acostumbrados. La
pieza te invita a reflexionar y a identificarte o no con una realidad.
Yo no quiero poner en televisión más fantasías de la niña
pobre que se casa con el hombre rico. Es la historia que ha visto este país
por años. Eso nos tiene adormilados.
Octavio Paz apunta en su libro Posdata que los mexicanos no podemos ser más
porque no tenemos la cultura necesaria. Hay que darle al grueso del público
la oportunidad de conocer otras historias. Podemos cambiar ¿Por qué
siempre vamos a ser incultos? Lo malo es que te marginen y te dejen olvidado,
no te pongan referencias y no te inviten a hacer algo más. El género
que propongo es la realidad. La vida te da la oportunidad para que te ganes
el cielo.
La libertad del ser humano lo lleva al éxito que es la felicidad; y la
felicidad no es que yo conozca a una señora rica y me case con ella.
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