Untitled Document
Por José Antonio Fernández
Fernández
Consulte otras entrevistas publicadas anteriormente en la Revista
Telemundo, realizadas por José Antonio Fernández, con:
Jorge
Volpi,
José
María Pérez Gay,
Julio
Di Bella,
Ernesto
Velázquez,
Lidia
Camacho,
Mario San Román,
Javier Corral,
Laura Barrera y
Nicolás
Alvarado.
Carlos Monsiváis, escritor y periodista, es dueño
de un agudo sentido crítico. Duro para opinar sobre los protagonistas
claves de la sociedad, se para frente a cualquier pregunta, considera una reflexión
inicial y después dispara. Expone sus puntos de vista sin miramientos.
Se puede estar de acuerdo o no con él, en forma parcial o total, pero
su interlocutor siempre debe considerar que Monsiváis está cercano
a las calles, las marchas, las plazas, la lectura y el corazón de la
gente. Es, pienso, sin cursilerías, un reportero de los sentimientos
de la población. De sus sufrimientos y alegrías, de sus angustias
y el aire de esperanza que de pronto se dibuja en este fin de siglo.
Con humor negro se acerca al poder. Con alegría blanca a nuestra nueva
democracia. Cree que las historias más vivas, intencionadas, libres
y actuales las cuentan fotógrafos y caricaturistas, y está convencido
de que se abre un nuevo tiempo para México: el del diálogo.
JOSE ANTONIO FERNANDEZ: Cuando usted inicia en el periodismo, ¿se atrevía
a decir lo que quería?
CARLOS MONSIVAIS: Decir lo que quiero no es
un problema de crítica o
de enfrentamiento a los poderes, es un asunto formal. No es fácil decir
lo que uno quiere. No es fácil trasladar a la página los ritmos,
la vehemencia, la tristeza, la desolación o la tragedia de lo que se
contempla. Decir lo que quiero no tiene nada que ver con calor político,
tiene que ver con calidad formal y es muy difícil que uno diga lo que
quiere.
J.A.F.: Replanteo la pregunta: al decir lo que quiero, no quise referirme
al aspecto formal del dominio del lenguaje...
C.M.: ...tampoco he colaborado nunca, de manera
sistemática, en publicaciones
en donde la censura sea lo predominante. En mi etapa estudiantil no había
censura, ni tampoco un gran espacio para el pensamiento de la oposición.
En las pocas veces que colaboré en la Voz de México, tampoco
había censura... porque no había periodismo.
En Excélsior estuve un tiempo y me retiré en el 68 porque sentí que
lo que necesitaba decir no correspondía a lo que en ese momento se estaba
publicando. Me fui a la Revista Siempre y publiqué lo que quise. Cuando
vino la represión, después del 2 de octubre, nos mantuvimos prudentes
dos semanas y después volvimos. En Radio Universidad, luego de que el
ejército entró a Ciudad Universitaria, el programa de radio que
tenía, que era El Cine y la Crítica (que realizábamos
con un tono satírico), lo suspendimos cuatro semanas y luego regresamos.
En mi caso la censura no ha sido demasiado problema.
Dos o tres veces me han amenazado de muerte, pero han sido los linotipistas
ante mis correcciones que no entendían.
J.A.F.: Si hiciéramos un comparativo de la atmósfera de los
años de sus inicios en el periodismo, con la atmósfera que se
vive hoy en México.
C.M.: No hay comparación. Muchas de las cosas que no se decían
era porque no se podían pensar. No había sólo un problema
de censura, ni siquiera de autocensura, era un problema de la impensabilidad
de un tono crítico. A mí me costó dar con el sentido de
entender como natural una crítica muy vehemente. En ese tiempo no era
concebible. La fórmula que nos transmitía José Pagés,
en la Revista Siempre, era: “aquí hay tres intocables: el Ejército,
La Virgen de Guadalupe y el Presidente de la República”.
Creo que lo que se ha avanzado respecto a los intocables, a las zonas inabordables,
es realmente extraordinario. En los cincuentas la revista El Chamuco hubiese
sido imposible no sólo de publicar, sino de trazar.
Cuando yo era estudiante de secundaria me gustaba muchísimo una publicación
que se llamaba Presente, me divertía con ella.
En 1952, entran a las oficinas de la revista Presente unos guardaespaldas,
destruyen la imprenta y golpean a su director Muñoz Sandoval, y lo dejan
permanentemente inválido a causa de esa golpiza. Entonces se veía
que la crítica no era fácil de imprimir, y por lo mismo dejaba
de ser fácil de pensarse.
En los sesentas, salvo Rius, hay un silencio total en materia de caricatura,
que siempre ha sido la avanzada de la expresión crítica. En la época
Porfirista la represión era constante, hoy la represión es la
ausencia de lectores.
J.A.F.: ¿Ejercer la opinión ha traído
complicaciones en su vida?
C.M.: En general, no. Las únicas complicaciones
se han dado a modo de invitaciones. Me han llegado a invitar a giras presidenciales,
lo que me obliga a presentar un repertorio de excusas que me habilitan a la
mitomanía.
Las veces que me invitaron a las giras del Presidente Echeverría, tuve
todo tipo de enfermedades. Al licenciado López Portillo le agradezco
que jamás me haya invitado a nada, excepto un día que me ofreció ser
agregado cultural, pero eso fue fácil de resolver porque para ello no
tengo capacidad. Con el licenciado Miguel de la Madrid nuestra amistad se robusteció porque
jamás me invitó a nada. El licenciado Salinas tuvo la deferencia
de invitarme, y mi repertorio de excusas ya estaba llegando al delirio. Un
día me invitaron a una gira del programa de Solidaridad y les dije que
no podía porque tenía que dar una conferencia sobre gatos a una
asociación de veterinarios, lo cual era cierto. Se ofendieron muchísimo
y no me volvieron a invitar.
No he vuelto a tener ningún problema de invitaciones. Pero estas son
las amenazas reales a la libertad de expresión; que lo inviten a uno
a cenas aburridísimas, donde se leen discursos atorrantes, donde uno
la pasa mal porque además hay que levantarse de la silla unas cincuenta
veces porque es el ritual (aunque ahora el ritual de los aplausos ha disminuido,
pero apareció el de asentir con la cabeza).
No sé si se fijaron que en la Cámara de Diputados los priistas
asienten todo el tiempo, por lo que terminan con una tortícolis terrible.
J.A.F.: Usted es fiel a su manera de pensar, al lugar
donde vive, a su manera de vestir, a las cosas que piensa. ¿Cómo
se puede vivir siendo fiel a tantas cosas en estos tiempos?
C.M.: Usted lo ve como fidelidad porque está atenido a un sistema de
valores muy positivo. Yo, en cambio, lo veo como monomanía, lo que me
hace sentir mucho menos culpable.
Simplemente es un ejercicio de una desviación
monopólica del gusto, que en lugar de diversificar mi gusto cambiándome
a vivir al Pedregal, me quedo en la colonia Portales. Pero esto es por monomanía
y no por lealtad a la Portales que es una colonia horrenda. Y luego también
es falta de imaginación.
Sólo la falta de imaginación explica que yo no me haya entusiasmado
con el Presidente Salinas, como le sucedió a muchos amigos míos.
Lo que pasa es que por algún problema de registro visual yo sólo
veía un demagogo en donde ellos veían al salvador de la Patria.
Entonces, debido a eso que podríamos llamar hipermetropía ideológica,
yo no me di cuenta que estaba frente al salvador de la Patria, y sólo
vi a un demagogo dedicado a exaltar su figura y a abusar del poder. Cuando
después mucha gente dijo que a eso se había dedicado, ya era
muy tarde para que yo dijera que no había sido fiel a una actitud política,
sino que padecía de hipermetropía ideológica, razón
por la cual yo no había visto al Salinas que ellos vieron.
J.A.F.: Este momento que vivimos, que tiene como fecha
clave el 6 de julio (de 1997, fecha de las primeras elecciones para Gobernador
del Distrito Federal), ¿es
justo el centro, o es el inicio o el final del cambio?
C.M.: Si generalizamos a partir de la ciudad
de México, con el típico
centralismo tan bochornoso, el momento en que estamos es el momento de la obtención
de una conciencia ciudadana (y no digo la recuperación porque esa conciencia
nunca se había dado), que es la de saber que uno dispone de un punto
de vista y que ese punto de vista, instrumentado por el voto, se traduce en
leyes, cambios de actitud de las autoridades y en una relación distinta
con el proceso de gobierno. Lo que significó la marcha de los zapatistas
es una prueba del registro de lo que pasó el 6 de julio. Sin esa confianza
que le dio a la ciudadanía el 6 de julio, de saber que su punto de vista
cambiaba drásticamente una situación, no hubiese salido tanta
gente a la calle. Es un registro totalmente nuevo. Lo nuevo no es la actitud,
lo nuevo es la capacidad de la actitud para hacerse de espacios políticos
en una forma que yo considero lo básico irreversible. Yo no digo que
no pueda ganar en un momento dado la derecha, eso es imposible predecirlo,
lo que digo es que quien gane necesitará convencer. Y ese proceso persuasivo
va a requerir un diálogo y elimina el monólogo. Lo nuevo es el
fin del monólogo.
Salinas ejerció un monólogo de seis años; trágico,
por las consecuencias, patético, por su gana de convertirlo en discurso
bolivariano, y temible por el coro de adulación nacional e internacional
que obtuvo. Pero ahora ya nadie podría con el monólogo.
El fin del monólogo se dice fácil, pero es la primera vez en
la historia de México que sucede. Lo que le da a esta hora la característica
de histórico no es tanto el triunfo del 6 de julio, o la llegada de
los zapatistas, es el fin del monólogo.
J.A.F.: Contrario a lo que mucha gente me comentó, yo sentí que
en el Informe de Gobierno (de Zedillo-1997) todos los asistentes estaban muy
bien portados, tan bien que les faltó garra, les faltó decir.
Era como una mesa de familia muy bien educada, donde parece que nada pasa y
pasa de todo.
C.M.: Era un velorio en donde todos querían olvidar el nombre del muerto.
Sabíamos que estaba muerto el monólogo y que también estaba
muerta la intención del PRI de continuar. Pero por ese respeto absurdo
y muy mexicano por los muertos, nadie quería decir el nombre del muerto.
Los panistas no querían rezarle el rosario, los priistas no querían
confesar a gritos que era su papá o su tío el que había
muerto, y los perredistas estaban tan embriagados con el triunfo que decidieron
respetar el dolor de la viuda, aunque nadie quería adjudicarse el papel
de viuda. Lo más patético del primero de septiembre es que la
viuda no aparecía, todos eran indiferentes frente al cadáver.
El cadáver era el monopolio del poder, era el PRI, el presidencialismo.
Pero no hubo viuda, por esa discreción que tiene que ver con las meditaciones
del altiplano.
J.A.F.: ¿Colaboró la televisión para que se diera ese
6 de julio? ¿O los medios tienen que cambiar a partir de ese 6 de julio?
C.M.: Los medios no han cambiado nada, y me
refiero a la televisión.
Siguen siendo la expresión de dos voluntades, armada cada una desde
su muy peculiar comprensión del mundo, que suele ser muy deficiente
en ambos casos. Hay que ver simplemente la campaña para justificar la
tortura y el asesinato de los jóvenes de la Buenos Aires que se ha dado
en los dos medios (Televisa y TV Azteca), para ver que no han cambiado en lo
absoluto. Si tuvieron que admitir la presencia del debate político,
fue porque tuvieron que admitir antes la debilidad del PRI. Esa debilidad es
la que logra las aplicaciones de criterios y no al revés. Como de la
funeraria les hablaron diciendo que ya habían preparado un velatorio,
decidieron abrirse, pero no fue antes. Antes han probado que no están
dispuestos realmente a apoyar el cambio, pero que sí están dispuestos
a negociar, con los poderes a los que tengan acceso, cuál es el espacio
que se le concede al cambio. Son negociadores del espacio del cambio, no apoyadores
del cambio. Esto me parece que es categórico en el caso de la televisión.
En lo que respecta a los periódicos, aquél que insista en decir
en primera plana: “¿por qué el gobierno no les parte la
cara a esos malandrines, a esos indígenas?’’, es un periódico
que está condenado a desaparecer.
Quien se obstine en promover el inmovilismo, cancelará suscripciones
a diario.
J.A.F.: ¿Y la televisión cultural?
C.M.: Es otro su papel, y está cumpliéndolo muy bien.
La televisión cultural no tiene por qué seguir el movimiento
de la sociedad. Tiene que fundamentar el cambio de una sociedad también
basada en un cambio cultural. Sin el cambio cultural que se ha dado en estos
años no habría
cambio político, y en eso los canales han sido muy efectivos. Han hecho
posible la alternativa cultural, la de ver con entusiasmo un programa sobre
Picasso en vez de sintonizar Siempre en Domingo.
Y si la alternativa cultural es posible, la alternativa política también.
Pero fue primero la creación de la alternativa cultural, y el que habitaran
esa alternativa cultural cientos de miles, lo que precipitó la idea
de la necesidad de la alternativa política. Me parece que ese fue el
proceso.
J.A.F.: Si la televisión cultural se contaminara con los procesos políticos, ¿dejaría
de ser una televisión efectiva?
C.M.: Creo que no es su papel. Puede haber crítica dentro de ella, pero
no es su papel meterse en el momento político.
Este asunto de la televisión cultural siempre es muy delicado y propicia
debates, pleitos e inquinas, pero yo creo que de lo que se trata es de consolidar
la solidez de un espacio.
J.A.F.: ¿Y el cine mexicano? ¿Cómo
lo ubica dentro de este momento tan importante?
C.M.: El cine mexicano es un proyecto, que no
sé si ya lo aprobaron
en la última junta de financiamiento.
Hay tres o cuatro películas al año, algunas muy interesantes,
otras no menos. Los productores privados se han retirado, se ha perdido mucho
del mercado de la frontera que le era tan básico a la industria. La
concepción del cine como industria familiar se ha derrumbado. La idea
de que si un cineasta mexicano no consigue una película en Hollywood
no puede regresar a México, porque no obtuvo el triunfo, es una idea
que ha estado dominando y, bueno, no es un momento donde uno pueda prever nada.
El auge del cine mexicano durante el sexenio de Salinas se debió a una
necesidad del mismo Salinas de que todo su aparato propagandístico funcionara,
porque él era tan extraordinario que resucitaba al cine.
Salinas vio al país convertido en Lázaro y se dedicó a
resucitarlo, pero sólo frente a cámaras. Hablar del cine mexicano
es una de las ejemplaridades de su política de resurrección a
bajo costo, porque terminado su apoyo no había tal industria ni tal
nuevo cine mexicano. Ahora hay cineastas que dificultosamente y al cabo de
no sé cuántos trámites logran filmar una película.
Hablar de cine mexicano es hablar del infierno en la antesala, sucedido del
purgatorio de la filmación.
J.A.F.: Muchos de los que analizan el momento que vivimos
dicen que la sociedad civil es la que encabeza los cambios. ¿Quién
liderea los cambios?
C.M.: Es muy difícil adjudicar lugares, a menos de que uno se elija
como el barómetro de la sensibilidad nacional.
Yo tengo muchas dudas respecto a mi criterio, dudas que suspendo cuando escribo
artículos. Diría yo que la vanguardia la están dando las
organizaciones no gubernamentales, un sector de la prensa profundamente crítico
(el más crítico, que son algunos caricaturistas y fotógrafos),
un sector de profesionistas que ya consideran que el trabajo en el gobierno
debe orientarse por el servicio civil y no por la fricción partidaria,
los organizadores comunitarios y un sector de la izquierda que no se ha burocratizado.
J.A.F.: El país cambia, ¿en manos de quién caemos? ¿En
manos de la democracia, en manos de los grupos de izquierda?
C.M.: Estábamos absolutamente en manos del liberalismo, el FMI y un
grupito de 300. Esas manos eran evidentes, estaban ahí, eran opresivas
y trituradoras. Estamos creando las manos en donde caer. No hay manos. Eran
las únicas manos existentes. No sé qué manos se crearán
ni cómo. Es el fin de las manos únicas. No sé qué pasará,
pero es una creación colectiva de esas manos.
J.A.F.: ¿En este proceso por venir qué papel cree que deberán
jugar la radio y la televisión?
C.M.: La radio deberá seguir jugando
su papel de ágora, de espacio
de protesta. Y la televisión tendría el compromiso y el deber
profesional de no hacer ya ese servicio informativo tan absolutamente deshonesto
y vejatorio que nos dan a diario. Antes que cualquier cosa, es un insulto a
la inteligencia lo que están haciendo informativamente.
|